El no-marido

por Marla Corales

S. tiene cáncer y es mi no-marido.


Desde que lo conocí en una aplicación de citas ya tenía cáncer.

Fue de las primeras cosas que me contó, me dijo 

con su cara de cachorro triste que estaba enfermito, 

usó el diminutivo enfermito y me dio entre risa y ternura.

Esa noche seguimos tomando y nos emborrachamos.

Me dijo también que le daba miedo que le hicieran la quimioterapia porque se le caería el pelo y dijo también que sin pelo se vería feísimo.


Con los meses nos hicimos muy amigos,

ahora tengo llaves de su departamento y dormimos juntos la siesta.

Vamos a la feria a comprar verduras y ropa de segunda mano.

Voy a su casa a comer y conversarle mientras él cocina,

instalo mi silla y le rallo el queso.

Le pregunto cómo está, le digo que lo quiero y le lavo la loza.

S. cocina para mí y me compra bolsas llenas de pistachos que yo disfruto 

como un roedorcito agradecido.

Es muy placentero estar a su lado, 

podría pasarme días

y días 

y días junto a él.

Entonces me pregunto si así se siente el amor.

Pero S. se conforma con menos y a veces solo quiere mi cuerpo

como si no le importara lo que hay dentro muy dentro de mi corazón

como si me encerrara en una jaulita llena de mimos y comida

pero no me dejara saltar.

Yo quiero la comida, quiero los mimos 

y también quiero existir a puertas abiertas.


Somos tan distintos, además,

S. tiene cáncer,

yo tengo miedo.