por Sofía Cantarini
Me enoja leer que un perro se llame Lucy, pero en realidad últimamente me enoja todo. Lucy se llama mi abuela que se está muriendo hace más de una década, como ese perro, como esa madre, como todos, según ese editor espantoso que ojalá se muera y pronto.
Lucy también se llama mi amiga, que está en medio un tratamiento por su tercer cáncer consecutivo. Está dirigiendo una obra en la que actúo. Yo amo su obra y la amo a ella aunque no la conozca tanto y aunque no sea tan amiga. Escribí su nombre y lo metí adentro de una cabeza de un buda de metal que me regaló mi amiga Cata y le deseé salud, así como cuando uno estornuda, se la deseé en formato carta para meter en el culo del buda que en realidad es la base de su cuello. Y me creí buena por desear cosas buenas: que mi amiga sea el mayor tiempo posible, porque escribe bien y hace chistes idiotas: dos cosas que valoro mucho. La verdad es que valoro más los chistes idiotas, hay mucha gente que escribe bien y no por eso los quiero, en cambio un chiste idiota dicho en el tiempo correcto es para mí el puto prana que sale a través del culo de un buda y yo aspiro como un perfume caro del freeshop o como a la ketamina que me convidan en una fiesta aburrida.
Mi amiga Cata, la que me regaló el buda, tuvo leucemia cuando tenía nueve años. Yo rezaba, porque me daba impresión que no tuviera pelo y me daba envidia que pudiera faltar al colegio. Rezaba pidiendo que ella me pasase su leucemia. Nunca supe si rezaba por ella o por mí. Rezaba mientras esperaba que termine sus consultas en Fundaleu, rezaba mientras pintábamos figuras de yeso que aún hoy guardan nuestras madres, rezaba mientras patinábamos y se le caía el gorro que intentaba disimular su peluca. Lo hacía igual que rezo ahora, pero en ese momento no tenía el buda, así que rezaba así al aire o la virgen María que es decir lo mismo.
Mi hermana se llama María y siempre le dije que papá y mamá se esforzaron muy poco al bautizarla. Que llamarla María es un acto muy poco creativo para una primera hija y eso debería enojarla, pero ella me responde que su nombre le gusta, que está ok con llamarse simplemente María, aunque ella de simple no tenga nada, solo el nombre.
Y con los enojos puedo seguir, aunque al final en verdad lo que siento es miedo, a que algo cambie, a que mi vida, esta que tengo se me rompa aunque sea un poquito, con cualquier cosa que pueda pasar con mi abuela o con Lucy o con quien sea que quiera mucho. Esta vida que me cuesta todos los días, que construyo a base de certezas en las que no creo, pero a las que le rezo, porque así lo escuché alguna vez en alguna parte cuando era chica. Rezo mientras leo que China concluye con éxito ensayos militares cerca de Taiwan y sigo rezando para que este cuerpo, tan chiquito que resultó ser el mío desee con un poco menos de fuerza, porque duele, porque molesta y no me deja dormir la siesta. Y yo si algo valoro además de los chistes idiotas, son las siestas.