por Carolina Escalante Ochoa
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6 de julio de 2009 La prueba de embarazo salió positiva y en ningún momento pensé en tenerlo, caminamos sin rumbo por la ciudad con el sobre en las manos, mis pasos agrietaron el concreto, llevaba un terremoto interno y las paredes por donde pasaba se derrumban detrás de mí. No había árboles, ni pájaros, ni cielo, no había nada que me recordara que estaba viva. Rogué ayuda internamente a los dioses y un ente oscuro empezó asomarse por todas las vitrinas de los locales del centro, asumí que era la muerte y que mis plegarias habían sido escuchadas. Sabía que la decisión era mía, había googleado toda la noche sobre pastillas y plantas abortivas, mi novio era un hombre sin voluntad y a veces demasiado ingenuo, a su lado me sentía grande, tan grande como para echarme a la espalda esa carga sola, no tuve la intención de compartirla con él y preferí decirle que todo estaría bien. Yo estaba enamorada de una chica atrevida y salvaje, vivimos un intenso romance de 6 meses hasta que sus xadres llevaron todas esas pruebas clínicas a mi casa, todos esos exámenes decían que su hija estaba enferma mentalmente y lo nuestro era una farsa, cuando paso eso no tuve ganas de lidiar con los demás y decidí regresar con mi novio de siempre. Ambas no quisimos enfrentar las habladurías del pueblo, 2000 habitantes compartiendo de boca en boca mi bella historia de amor la habían convertido en algo morboso y sucio. Ahora estaba embarazada de alguien que no amo, otra cosa más por la cual quemarme en la hoguera.
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Todo el día perdí la noción del tiempo, sentí como si alguien hubiese puesto una pausa a mi vida y yo estuviera ahí suspendida, incapaz de predecir cuál es mi siguiente movimiento y tampoco con la intención de avanzar. Mi casa no tiene paredes ni ventanas, es silenciosa, oscura y fría, estoy segura que nadie quiere vivir aquí por eso mis xadres nunca están y está bien, no les reprocho su ausencia, quiero que sean libres, que su hija no los detenga de disfrutar su vida. Mi terapeuta diría que ahí está claro el trauma, la decisión de no ser madre que no inició hoy, inició en las frustraciones, en las carreras y sueños truncos de mis xadres que en su pobreza la única opción fue criar a sus hijas. No quiero contarle a nadie que tengo miedo, no quiero llorar, no quiero sentirme vulnerable. No quiero tocarme ni ver mi vientre, pienso que eso generará un vínculo y no me atreveré hacerlo. Tengo sueños de ir a la universidad, irme lejos de esta casa, vivir con mis amigas, convertirme en escritora o en algo importante, quiero otras cosas, no ser madre a los 18 años por algo que ni siquiera sé cómo pasó, no podría explicarle a los demás tan absurdo descuido, ni siquiera sé si entiendo lo que es mi sexualidad en este momento. Mi madre se fue de viaje con su amante y mi padre también, estoy sola este fin de semana, lista para renunciar a las convenciones sociales y violar las leyes sacramentales. Sangré a la hora de meterme 3 pastillas por la vagina y respiré aliviada, mi vida parece continuar normalmente, pero algo está roto por dentro, no es arrepentimiento y estoy segura que esta será la peor carga. Ahora esperaré que mis amigas difundan la información en el pueblo y se sientan con el derecho moral de opinar sobre mi cuerpo, pienso que debo ser fuerte porque cada día me hará creer que soy una mala y egoísta persona, pero prometo no olvidar que algo bello habita dentro también.