por Julieta Novelli
En todos los jardines se festeja la primavera,
gorros de goma eva, polleras de tul y Coca-Cola.
En el micro una chica lleva de la mano a un nene-flor
yo la miro buscando la alegría de los picnics:
nada, desierto total, ni un gramito,
los párpados caen que dan miedo, es que
ser madre de un capullo, ¿cómo nadie avisó?
Madre no toca las hojas de la enredadera no
sale al patio ni riega la Santa Rita, en cambio
teje al crochet las flores más hermosas con paciencia.
Toda la familia lleva su primavera en
chalecos y pulóveres. En esta época del año
levanta la cabeza para no dejar de ver
las flores crecer detrás del vidrio.
El viento golpea las ventanas, alguien prende la luz
la reina de la creación sigue enredando los hilos
así y asá, arriba y abajo, susurra números sueltos.
La primavera llega al salón ostentosa para la foto
mientras la otra, la que entra en las manos blancas de madre,
se queda a un costado (para encontrar lo emocionante
siempre hay que desviar la mirada),
con el peso de la creación sobre la espalda,
lo mínimo de luz, el susurro y la ceniza gris
del cigarro creciendo y cayendo,
creciendo y cayendo.