por Eduarda Rocha
Vos tenés un nombre muy raro, esas dos letritas juntas que no sé qué significan. Busqué en google y salió algo como «dedicado a Dios», estoy segura que no tiene nada que ver con vos. Cuando te conocí, en la primera semana de clases en la facultad, me contaste que habías entrado a Letras porque te gustaba Clarice Lispector. En ese momento supe que seríamos amigues, pues esa también era una de mis razones para estar ahí. Aunque nosotres jamás escribimos una línea siquiera sobre ella. Siento que tenemos una deuda con nuestra escritora favorita de la adolescencia. Entramos por la prosa, salimos por la poesía. Me encanta cuando vos me das consejos usando frases suyas, y me parece que sos una de las pocas personas en el planeta que entiende su humor. Cuando algo te sale mal y decís “la desgracia no tiene límites”, me mato de risa, porque al final este cuento es gracioso. Un humor terrible, que nos da una risa culpable. Una ternura perversa. ¿Qué era lo que te gustaba tanto en Clarice? Siento que toda adolescente más o menos depresiva o desubicada la tenía como ídola. Para mí, era la sensación de no estar sola en el mundo, como que alguien me entendía. Sentí algo parecido cuando te conocí. Recuerdo que la primera cosa que leí de ella fue el cuento “Restos del carnaval”. Me identificaba totalmente con la alegría interrumpida de esa chica, que era ella misma y yo a la vez. La niña tan sedienta de alegría que casi nada ya la convertía en una niña feliz. Seguro vos ya me contaste cuál es tu libro favorito, pero mi memoria anda cada día peor y no me acuerdo. Pasaron tantos años. En esa época conocí a muchas de mis personas favoritas de la vida, me sentía más acompañada. Y cambié mucho también. Cada día leo menos novelas. Hace mil que sólo leo poesía y cuentos. Las novelas me aburren. Si no me engancho en las primeras páginas, lo dejo. No me da la cabeza. ¿Y vos qué
andás leyendo? ¿También fuiste contaminado por el virus de la poesía?