por Cecilia Biagini
El tren a toda velocidad
Un saxo a la deriva, fui despojando el presente, las corrientes pasadas ya no me pertenecían.
Cuando me mudé a Vermont sólo sabía una cosa, mi amor por el estado natural ese que sin fuerza ni torcedura acomete con todos los momentos de existir. Yo era un hombre de mundo, un bicho de ciudad. Mi mente tenía el don de la apuesta, con la rapidez de una hiena desmenuzaba algoritmos capaz de retener la data, los números que contienen el todo, saltaba la banca caprichosamente desestabilizaba la bolsa sin razón más que puro albedrío.
Fui corifeo de la derecha y de la izquierda. Poseía la impunidad de una mente sin límites. Capaz de desactivar estrategias, maniobras estrambóticas. Fui el cerebro más deseado de mi generación. Los idiomas sé abrían generosos, ante mí todo era descifrable. Traspasando códigos secretos con la docilidad de un ábrete sésamo .
Hasta que reconocí el quiebre, una pequeña falla que puso fin al juego caprichoso de mi ser. Fué una semilla el punto inicial de mi despegue. Ante mí sé abrió la secuencia exacta del proceso vital . El espejo de agua reflejando un destino. Me reconocí en la silueta montañesca, en el perfil categórico de un acantilado, el verde de llanura fértil. La fluidez de un torrente ya no solo de números, fué cosmogonía, la claridad infinita de una lluvia de estrellas. Iluminado hasta sentir la necesidad de una transformación radical, de especie una que me pusiera en contacto directo con el interior de la tierra y en simbiosis constante. Comunicando con las esporas y los filamentos nutriéndome descomposición. Despertar con esa claridad de deseo sólo podía responder a lo inevitable.
Recorrí bosques, llanos, atravecé ríos y montañas hasta encontrar el terreno donde sé desencadenaría el proceso, la unión absoluta con el paisaje. En un páramo remoto ser cultivo generador de energía rítmica, las campanas del bosque regenerando vida. Ser el hongo que canta tu psicodelia. El antibiótico que cura, la salsa de tus ravioles o la comunidad ecológica que salvará al mundo.
Ya parte de mi cuerpo empezó su proceso, lento y certero el camino de la putrefacción.
Inspirado en la falla, esa quebradura, el accidente donde un pequeño capullo de hongo asomaba su razón. Capuchón blanco, fue la humedad que rompió con el molde, un quiebre en el cemento generó un crack en mi conciencia, pude ver en la mutación el continuo. Fueron meses de programación, una producción centrada y dirigida en desarrollar el plan.
¿Cómo generar la transición, qué pasaría con la comunicación? ¿Querría comunicarme, ser hongo-humano o cerrar las puertas y atenerme a una vida que empieza de cero? Fueron meses de una extrema labor concebida por un entusiasmo poseído. ¿Un llamado?
Hoy voy siendo los frutos de un trabajo abocado en el detalle.
Soy un delicado organismo que almacena humedad. ¿Impulsos eléctricos?