por Carolina Escalante Ochoa
Ese día llevaba en la bolsa del pantalón
un ojo de tigre, una amatista y dos turmalinas verdes,
iba camino a mi lectura de los registros akáshicos
pero antes llegue al mercado por ruda y salvia
para hacerme una limpia llegando a casa
y cerrar puertas que hayan quedado entreabiertas.
Nada de esto lo hubiese hecho antes,
odiaba que mi madre y mi padre
vivieran más con las brujas del pueblo que en mi casa,
pensaba que buscar respuestas afuera
era no hacerte responsable de ti,
pero una no nace donde se le da la gana
siempre se elige con quién avanzar
aunque a veces esos mensajes se
revelen 20 años después.
Las respuestas que buscas
no iluminan el rostro
te abofetean y a veces te noquean,
una experiencia tan simple como tu abandono
me hizo regresar al vientre de mi madre
donde descubrí que el líquido amniótico
eran sus lágrimas tragadas
y que no se trataba de ti
sino de mí, de ellas, de mis ancestras.
Tenía muchas preguntas para el Chamán
pero empecé por la más obvia
¿Quién fui en mis vidas pasadas?
El miedo al abandono y al desarraigo se heredan
la bisabuela materna era tarahumara y bruja,
huyó de la viruela negra que llevaron los españoles
y que mató a toda su familia,
mi abuela paterna fue despojada de su pueblo
para la construcción de una presa
y en su lecho de muerte aún quería regresar a casa.
Siento en el cuerpo esos recuerdos,
en mis pies pesados y mis alas rotas,
nunca me he sentido ni de aquí ni de allá,
nunca he podido echar raíces
y al mismo tiempo me niego hacerlo,
y obligó a todos a que me abandonen
para decir pobre de mí.
El chamán dijo que en una de mis vidas pasadas
fui una reina tirana y oscura
que colonizó y arrebató sus casas
y riquezas a los pueblos.
Charlatanería, respondí.