por Carolina Escalante Ochoa
Alberta
Cuando descubrimos a la vaca en el salón de clases todas la llamamos Alberta. No creo que tuviese interés en Geografía I o en Matemáticas. Estaba pérdida y se movía torpemente intentando encontrar la puerta a la salida, se la señalamos un par de veces, pero nunca la encontró. Más tarde ese día supe que era una vaca ciega que todas las noches se escapaba de su corral. Meses y meses pensaba en Alberta y sufría, pero en su historia había algo de misterio, Alberta no tenía miedo y pensarlo me hacía tener una admiración que no había sentido por nadie más a esa edad. Hace un par de meses cambié de terapeuta, se llama Alberta, era la segunda vez que escuchaba ese nombre y cuando lo supe algo dentro de mí sonrió, sabía que era otro encuentro especial, en mi segunda sesión ella guiaba mi meditación a la infancia, tenía que visualizarme en mi casa, pero nunca pude ver ninguna habitación de ese lugar, pero si pude verme en la escuela liberando a la vaca. Ese día después de muchos años me sentí libre.
Blanca
Hoy conocí a Blanca I, nació 26 años después que Blanca II y 53 años que Blanca III. Blanca I me decía que estaba tratando de entender que ella no era Blanca II ni Blanca III. Todas las Blancas de su familia enviudaron joven y se convirtieron en mujeres independientes y autosuficientes. Nunca volvieron a encontrar una pareja. Blanca I asume que tampoco tuvieron vida sexual. No miré lo malo en eso, pero Blanca I se sentía devastada. Blanca II decía que Blanca I debía comportarse como una mujer agradable y complaciente con sus parejas para que estas perduraran. Blanca III decía que nunca se volvió a casar para no cargar a hombres inútiles y controladores como el que ya estaba bajo tierra. Blanca I me buscó para que le tirará el tarot porque había terminado una relación “maravillosa” de 6 meses y ella pensaba que, a sus 35 años, ese joven apuesto y trabajador sería el bueno para casarse. Saque cuatro cartas; la sacerdotisa, los enamorados, la casa Dios y el Diablo debajo de las tres.