por Ana Mattioli
Vivo en planta baja B. Es la típica planta baja con patio que, en este caso, es tan grande que lo llamamos jardín.
En ese jardín se da una pelea muy desigual entre un árbol de palta y un helecho arborífero. Por un lado, se erige como un totem, una palta que en otoño se despluma y cubre de hojas enormes todo a su alrededor. Y en primavera se dedica a producir frutos que cuando maduran, caen a gran velocidad y explotan como granadas en la cabeza de todo lo que se ponga debajo. Las visitas dicen qué suerte que tenés tantas paltas, con lo ricas que son…YO estoy harta. Anoche salí a fumar y cayó una que se reventó contra mi pie. Literal.
Al helecho tampoco le gusta nada esta situación. La pasa mal en invierno, su dueña se olvida de regarlo. Y tiene encima a esta paltamonstruo aplastante que cada vez que asoma un brotecito deseoso por mostrar su corona de clorofila, lo hace papilla.
Así fue mi relación con mi ex marido cuando empecé a pintar. Aunque fuimos una buena pareja durante treinta años, estaba perplejo y celoso de que yo tuviera una pasión que no lo incluía. Siempre fue un poco acomplejado y yo estaba floreciendo. Por eso, nada le venía bien. Nada le parecía lo suficientemente real. Sus críticas eran llamativamente tontas para una persona conocida por su inteligencia.
Esos brazos están muy largos. El ojo izquierdo no guarda la proporción con el derecho. No, no, no, ese cuadro está chueco.
Me di cuenta de que ya no lo aguantaba cuando empecé a desear que se fuera a bailar tango para poder pintar. Y así se fue acostumbrando a abrazar otros cuerpos, mientras yo solo quería abrazarme a mí.
¿Quién se cree que es tu marido para andar criticando así tu obra! YO SOY TU MAESTRO. Te importa más la opinión de él que la mía. Si querés convertirte en artista te vas a tener que divorciar. ¡Y que conste que te digo la verdad porque que nunca intenté cogerte! Sabelo!
Demasiada testosterona y normativa hétero en estos dos. Al maestro, con cariño, le agradezco los colores. Al marido, también con cariño, le agradezco haberme hecho la contra –cualquiera sabe de mi testadurez, cualquiera sabe que sus críticas ardían como dedo cortado con papel, cualquiera sabe que el divorcio me llevó años de duelo.
No sé si soy una artista, pero sí lo quiero ser. También sé que empecé muy tarde, pasados los cuarenta, y que no vendrán ni becas ni premios. Pero tengo muchas ganas y otro con quien soñar. No es un hombre. No es un pájaro. Es el C A R D Ó N!!!!!
Ese cactus muy longevo que florece por primera vez a los cincuenta años.
Quiero ser un cardón.
Quiero ser una late bloomer.
Cuando aparece alguien que compra algo de lo que hago, mi amiga curadora me dice ¿ves que tenés que creértelo? Ella es todo lo contrario de lo que fue mi ex marido. Como se suele decir, aunque detesto las frases hechas fosilizadas, ella no me pone palos en la rueda y me empuja a caminar.
Y hablando de caminar, yo voy de a pie y mi obra es pedestre. Ella es una niña torpe y chambona que no puede salir del primer plano porque quiere llamar la atención. Está casada con la foto —me es imposible pintar algo que no veo. Ojalá fuera como Helen Frankenthaler y nadara en campos de color sin preocuparme de si quiero decir o representar algo. Para la construcción de significado, ya vendrán los curadores a armar un marco teórico. Para eso están y lo hacen muy bien.
Y a pesar de lo anterior, mis temas siguen apareciendo. Solo debo estar atenta a lo que sueño y a lo que canto. Cuando empezó la pandemia no paraba de cantar Wonderwall de Oasis. Primero pensé que extrañaba a mis hijos que de chiquitos cantaban a dúo ese tema. Luego, empecé a pintar cartoncitos con manchitas de colores y en unas semanas me había hecho mi propia pared de maravillas.
Because, maybe, you’re gonna be the one who saves me, and after all, you’re my wonderwall.