por Soledad Manrique
Miami – Nueva York, primero, ahora Los Angeles. En tren.
2016.
Hace ya varios días solo como sanquchitos de mantequilla de mani y banana, y no me baño.
Estoy muy cansada.
Dejo la mochila en los lockers de la estación y corro al baño a limpiarme con las toallitas de bebe. Somos 3 mujeres bañándonos como podemos, en el baño, me preguntan de dónde soy. Ambas son negras y amables. Vagabundas o Homeless, de la calle.
No tengo ganas de hablar con nadie, estoy saturada.
La estación es antigua, con luz dorada de media mañana, madera y bronce. En la nave central hay muchos bancos y sillones cómodos y de varias décadas ya, con un piano en el medio.
Todxs lucimos muy cansadxs y esperando algo. Un pibe que salía del tren apurado, deja la mochila a un costado y empieza a tocar el piano.
Llego a China Town. En el camino en Subte me hablaron tres homeless más. Casi llegando, una mujer de mi edad, me pregunta si quiero ser su amiga.
Tengo 7 horas para recorrer antes de volver para el Tren a San Francisco.
Me empiezo a marear y a escuchar zumbidos. Se me llenó la RAM de información y va a colapsar. Encuentro un autoservicio chino y me compro un café marrón asqueroso. Llamó asustada a mi ex, voy a tener un ataque de pánico o crisis sensorial.
No quiero llamarlo, lo quiero pero hace mucho esta hecho un pendejo medio forro. Pero estoy asustada, y quiero escuchar su voz, y sé que me conoce. Me va a poder ayudar.
Hablamos 30 minutos. Me ayuda. Sigo.
Mi prioridad era Beverly Hills, 90210. Pero es muy lejos. Lo máximo que me da el tiempo es el Boulevard Hollywood, con las manos de las estrellas y los famosos de cera.
Parece Once, o Retiro, o Liniers. Pero básicamente Once.
Al fin, alivio.
Me meto en un forever 21 y renuevo mi vestuario completo por 5 dólares, medias incluidas. Me doy cuenta que adelgace. Me alegra, en esa época ser flaca era un fin en sí mismo.
Camino muchas cuadras buscando un restaurant viejo donde leí solían ir Bukowski o Kerouac, o uno de esos. Como en la estación, madera, cuero, bronce y mozos con uniforme. Me siento en una película, al fin.
Me siento en la barra y pido una sopa de cebolla. Lo más barato para comida caliente y refugiarme 2 horas. A dos metros en la barra, hay un hombre sentado. Es grande, viejo, aunque fuerte. Tiene las manos hinchadas y toda la piel, aunque blanca, ahora es como un cuero seco. Me empieza a hablar, y aunque me metí en el lugar escapando de los homeless y locxs que seguían hablándome casi en cada esquina. Pero estoy de buen humor por el silencio del local y la sopa, y su cara es interesante. Tiene el arco superciliar, los huesos arriba de las cejas, prominentes. Como mi ex.
Eso es de pelear.
Me empieza a contar su vida y enseguida tengo razón. Me dice que es un luchador. Boxeador?
No, fighter.
I am a fighter.
Debe tener 50.
No esta borracho, al menos veo que toma agua, la que dan gratis. Me pregunta. Si puede acercar un poco el asiento y le digo que sí. Se crió en Brooklyn en la parte italiana, peleando en la calle. Después siguió peleando en el circuito de peleas, ilegales supongo.
Hoy es su ultima pelea, contra un pibe 25 años más. Joven. Fuerte. Me dice, y se lo ve triste, que no cree que pueda ganar.
Es su última pelea en 35 años y su hijo no va a ir. La cagó, fuck up, demasiadas veces con su señora y su hijo y no los ve hace años.
La vez que más feliz fue, cuando era profesor de pelea de adolescentes del Bronx. Podía darles herramientas, skills uso, a los chicos para la vida. Lo dejó porque no pagaba.
No sé si algo de esto es real, pero el hombre está mal de verdad. Se acerca el mozo dos veces a preguntarme si estoy bien.
Estoy bien.
Ahora me cuenta que fue actor porno. Aleja sus índices 30 cm y me pregunta si la quiero ver. Le digo que no y que no lo vuelva a mencionar.
Lo vuelve a mencionar y me ofrece ir al baño. Le digo muy tranquilamente que no, y que si insiste, lo mato. Y me rio. Me rio con bronca, retrayendo los labios.
Me mira: You are a fighter too.
Debería irme, pero no me voy. El restaurant es seguro.
Ahora por primera vez abandona su monologo y me pregunta por mi. Le digo la verdad. Viajo en tren, miro por la ventana, hablo con personas y saco fotos. Pienso seriamente sacarle su retrato en ese momento. Me diría que sí.
Me pregunta. Si las vendo y le digo que no. Ya me estoy yendo pero de verdad el tipo esta por llorar, los ojos vidrioso abajo de los huesos. Lo invito un sopa de cebollas y me voy. Lo último que me dice, es que si tuviese 20 años menos se iba conmigo a coger y quemar trenes.
Le sonreí.