Ceniza vieja y ultratímida

por JJ Romero


Los mosquitos sufren, yo sufro, no sé cómo despertar jamás y la lámpara del cuarto se está desarmando, siempre queda encendida o vibra, alguno de los dos se tiene que levantar a medianoche, casi siempre yo que sufrí de anemia. Salto la zanja de ropa. Me arrodillo frente a la persiana que está abajo pero la miro mucho porque golpea. Te elegí porque me dijiste que preferías caminar que andar en caballo.
Pudiste ver un peligro que acechaba a los nidos.
Me encariñé y se murieron mis plantas.
–Qué son estos matorrales humeantes, dijo y le temblaron los párpados.
Puede ver una marea de esqueletos sonriendo donde a las truchas les sale natural
saltar, hay un pequeño cuadro de sol para tomar a las anchas flotando barriga arriba
sobre el río, rodeadxs de pandillas de insectos a punto de secarse.
Una llovizna en la nube azul antes del amanecer borra los restos de la fogata, haciendo
que la ceniza vuele hasta sus oídos.
Las lagartijas se desorientan, el canto de algunos pájaros a veces retumba en otro lugar del que en realidad no vienen.
Hay un aroma muy fuerte a hongo de trueno.
–Es como un rejuvenecimiento nervioso, dice alegre porque cuando le pone miel al café se marea un poco.
Desayunamos de los frascos de lombrices.
Tierras azules, tierras rojas, y tierras de animales escondidos. Senderos de agua
extraña donde llegan las águilas para morirse.
Hay trenzas de plantas trepadoras que se confunden con las serpientes.
Pensé en un retiro espiritual, él y yo arrodillados en una capilla, rememorando juntos las enseñanzas de un tigre sereno y mago que ya nos reveló técnicas milenarias para aprender a concentrarnos.