Ama y esclava

por Valentina Saievich


Abro la canilla del baño al máximo. Dejo que el chorro caiga feroz sobre la tela y me salpique agua en los ojos. Los mantengo abiertos, como un pez bajo el agua. Si arden no importa, con los ojos bien abiertos friego mi bombacha. Sin detenerme, me miro al espejo: deseo con todo mi cuerpo ser única. Enjabono con fuerza la parte que más se ensucia, el desdichado pedacito de tela adonde van a parar todos los fluidos. Somos todas lo mismo, somos todas humanas; deseo, con mis ojos abiertos y mi mandíbula tensa, ser una chica singular. Muevo mi muñeca a máxima velocidad, aprieto el jabón hasta deformarlo, entierro mis uñas en él, lo lastimo. Imagino a todas las chicas que ahora mismo están lavando la bombacha al igual que yo, y les grito, y me grito frente al espejo DESEO SER ÚNICA, y estiro la tela, la deformo, la froto hasta desteñirla. Todas las chicas hacemos lo mismo, lavamos nuestra bombacha, y todas deseamos ser una humana singular. Están las chicas que ya lavaron su bombacha hoy, antes que yo, y las chicas que todavía no, las que lo harán más tarde. Y están las chicas que hoy no van a lavar su bombacha, por sucias, o por no ser lo suficientemente sucias, quiero decir, porque hoy no ensuciaron su bombacha lo suficiente, o porque hoy no usaron bombacha, o porque hoy durmieron todo el día, con o sin bombacha. Están las chicas que usan tanga, las que prefieren los culotte y las que se bancan el colaless. De encaje, lycra o algodón, de seda o microtul, están las que quieren saberse suaves y se cubren el pubis de terciopelo, listo para acariciar.

La espuma crece, pierde su color blanco, ¿cuándo fue la primera vez que lavé mi propia bombacha? Aparecen, otra vez, brotan como vello púbico las demás chicas que lavan sus bombachas a la par que yo. ¿Cuándo decidí que solo yo misma lavaría mi bombacha, que sería mi propia y única esclava hasta la eternidad? Y que sería libre, libre de ensuciar mi bombacha como quisiera, porque la vergüenza ya solo sería posible en la inmensa y diminuta profundidad del espejo. Porque en el territorio de mi intimidad mi mirada era la única cámara de seguridad encendida.

El olor a jabón penetra en mis fosas nasales, y aparecen las otras chicas, las que se animan a no usar bombacha, las chicas que duermen sin bombacha y no se sienten desprotegidas. Pero también aparecen las cobardes como yo, y las que son más cobardes que yo. Froto y froto, friego y friego, y pienso en los chicos, en los chicos que usan bombacha y en los que usan calzoncillos, ¿lavan los chicos sus bombachas como yo? Y en las chicas, ¡ay, esas chicas!, que no lavan sus bombachas a mano, las arrojan sin escrúpulos en el lavarropas junto a las remeras, pantalones y zoquetes, junto a las camisas de papá, ay, esas chicas poco sacrificadas: las amo. Quisiera ser como ellas. Quisiera ser como las chicas ricas, que usan bombachas por primera y última vez, sin encariñarse, bombachas descartables, de un solo uso, bombachas que no envejecen, o que envejecen demasiado pronto: cuando caducan se las sacan y las tiran todas enroscadas en un canasto enorme, y las donan a la caridad o las subastan por internet, porque siempre están quienes pagarían cualquier fortuna por bombachas usadas sin lavar. Podría hacer eso, vender mis bombachas como si fueran las de Marilyn Monroe, ¿dónde están, por cierto, las bombachas de Marilyn Monroe, las limpias y las sucias, las usadas y las sin usar? ¿Están en algún rincón de internet? ¿En algún museo señorial? Froto mi bombacha contra sí misma. Esta bombacha podría ser de otra, pero es mía; podría estar en el cajón, en la pileta, en el lavarropas de otra, podría estar cubriendo desde las caderas hasta las ingles, dice la RAE (ni se les ocurra nombrar aquello que hay en el medio), que pertenecen al cuerpo de otra; pero está aquí, bañándose conmigo. Y yo también podría ser otra, mis tetas podrían ser otras, mis piernas podrían ser otras, mis dientes podrían ser otros (paso mi lengua sobre ellos para sentir su forma, su textura: podrían ser otras pero no lo son). O no, simplemente no podría ser otra, no hay manera físicamente posible de que yo estuviera en el cuerpo de otra; esta bombacha es esta, y no otra, y se adapta a mí, a la forma de mi cadera, de mi pubis, mi vulva y mi perineo, a mi forma de lavarla, así. La tela se lija, se desgasta, compite consigo misma, quiere prenderse fuego, ganarle a la nada, autodestruirse. Pero hay algo que no termina de salir. Una mancha se resiste, su forma es única. Quiero enjabonar mi bombacha, construir mi casa, cavar mi tumba, enjuagar mi bombacha, solo yo, una y otra vez, todos los días de mi vida, solo yo, mi ama y mi esclava, enjabonar, frotar y enjuagar mi bombacha, nadie más. No permitas que otros laven tu bombacha, no permitas que otros conozcan tu suciedad. Solo yo paso tiempo con ella, mi suciedad, en secreto la observo, la pruebo, le pregunto cómo está, de qué está hecha, a qué huele hoy, y como no contesta, antes de lavarla la toco y le cuento yo, le cuento cómo es, cómo está hoy, hoy estás densa, hoy pegajosa, hoy estás resbaladiza, hoy cariñosa; y me despido, le digo hasta la próxima, sé que no tardarás en volver, adiós, adiós, suciedad mía. Y deseo ser única como ella, sinigual (no me interesa identificarme con nada, no me interpelan los poemas que supongo que hablan de mí, quiero algo distinto, que me corte de mi cuerpo y me pegue en otro, amanecer un día toda tatuada). Me miro en el espejo, levanto los ojos, solo los ojos y no la cabeza, ella sigue inclinada hacia abajo, hacia la pileta en donde flota mi bombacha como un muerto en el mar, o como una flor hermosa en un estanque, levanto los ojos con rabia hacia el reflejo, mi mirada es tenebrosa, y me digo estúpida, estúpida, por todas las veces que quise, por todas las veces que quiero ser igual a las otras chicas. Y cierro los ojos y deseo con la fuerza de todo mi espíritu ser única, radicalmente distinta a las demás, y observar en silencio mi propia suciedad, turbia y transparente, dando vueltas en la pileta antes de desaparecer a través de la rejilla.