Sin red

por Diego Arb


Éramos como dos trapecistas, entrelazados en lo alto de un cuadrilátero, sin espectadores. Yo apenas descendía por los brazos de él. Por debajo, nada. Ni una estúpida redecilla, nada que amortiguase. A medida que bajaba, la escalera comenzaba a desarticularse, temblequeaba escalón por escalón, tablilla a tablilla.

Desde la altura, mi discapacidad era para medir la profundidad, el vacío, la tierra arrellanada por la cual voy a caer. Definitivamente caer.

La tierra extraña, la separación, dicen, es la suerte del andariego. No hay cárceles, no hay circos, no hay pisadas en la altura, sólo que recordar que pasamos por allí, por esos cuerpos, por esa función, como huéspedes.