Buenos Aires

por Cecilia Biagini

Tengo un problema, leo a Lydia Davis, me gustan sus pequeñas historias contundentes y breves. Abro una hoja del drive y sobre el papel en blanco pienso, vamos a escribir como Lydia. Espero unos segundos que mi cerebro empiece a relatarme detalles punzantes, alguna historia notable y simple.  Aparecen ráfagas de recuerdos, alegrías salteadas, nueces partidas, el congreso de la nación y la plaza de la calle Libertad. Me distraigo, estoy en Buenos Aires y todavía no comí sándwiches de miga! Dónde está el hilo que une la trama? Y si empiezo por el otro día cuando un ciclista  del carril contrario casi me da vuelta como un trompo mientras me gritaba que no había doble mano? Y me digo mejor no, así no voy a ningún lado. ¿A dónde quiero llegar?

Por la vereda de un edificio donde vivió Gardel y mi mamá veo pasar a una señora que es igual a mi mamá hace 8 años, el mismo pelo, el mismo bastón, la misma cartera y campera, los mismos pantalones y zapatos. Pienso en hacer un tango fantasma

Me siento libre, en la bicicleta recorro la ciudad como lo hacía antes. En un semáforo me pregunto. Cuantos años tengo 54 o 25?

Llego a la casa de mi madre deshabitada desde hace 8 meses. Hay polvo en los muebles y en el piso. Las ventanas están cerradas. ¿Cómo se genera la mugre ? pasan cosas en un lugar donde no hay nadie? 

Hoy abrí un baúl que contiene mi pasado. Y en una libretita, en una página cualquiera leo,

“Estoy triste pero en mi voz no está la herida, son las (huellas) silenciosas,

Es el recuerdo ignorado que siempre caminará al costado”