por Marcos Rojas
estoy con las piernas
cubriendo
el mantel de la pastelería
donde mis padres y yo
nos tomamos una torta y dos cafés
con ellas
suspendo mi cuerpo
y el camarero
viene feliz a atenderme
le sonrío
mientras mis padres
se putean
hablamos de nuestros
fracasos como grupo
mi padre se siente inútil
por nuestra presencia,
por seguir pegada a ella
mi mente sigue fijada
en la sonrisa que veo
en los ojos del camarero
mi madre pide
sacarina
mientras recorre el local
entre el camino tiene
atada a mi hermana
con una cuerda barata
la cuerda arrastra a mi hermana
sentada
mi padre sigue hablando sobre su fracaso:
es un perdedor
es un inútil
“qué mierda de vida”
me ve y se ríe de mí
“qué vida esta”
me pide que siga tomando café,
que alguien invitará
me tomo el café
porque realmente tengo sed,
estuve fuera de la casa
hasta ahora y nadie me ha preguntado
qué he hecho durante todo el día.
mientras me sigo tomando el café,
mi madre grita que necesita libertad:
deja la marca de sus zapatos por
todo el piso del local
mientras la cuerda
que tira de su espalda
la deja una marca
cada vez más pronunciada
en la mandíbula
mi padre no se da cuenta
de que me está contando
lo siguiente:
“qué mierda de vida,
con lo fácil que podría ser todo,
tú marica,
la otra drogada
y con el culo pegado en el sofá.
tu madre es una borrica.”
el camarero me sigue sonriendo
y yo le pido la cuenta.
voy hacia él aunque sigo
el amago de seguir la conversación
de mi padre.
asiento la cabeza entre el vacío de mi vida,
nadie paga nada
y nadie está junto a nadie.
mientras preparan la cuenta
me sirvo yo mismo
un café de la máquina,
intento descifrar la felicidad
del camarero
a estas horas de la noche.
paseo la cuenta como si fuera
un boleto,
mi madre agarra la parte que puede
de la cuerda
y arrastra a mi hermana hasta que
consigue aproximarla,
aunque el gesto de mi hermana
está tan petrificado como
el resto de su postura corporal.
el humo que suelta
mi padre por la nariz
humidifica la sala
y dan ganas de salir.
pago en efectivo
mientras que en mi agradecimiento
al camarero
casi capto por qué hay en él una sonrisa
constante:
es como si estuviese viendo en nosotros
su regreso
tras desempañar el local
del vaho paterno,
salir corriendo de la policía
y pillar el último tren hacia casa.