por Laura Seijo
El carpincho se metió tranquilo en el agua y yo quisiera ser él.
Ahora hace mucho calor, la playa es extensa pero la zona habilitada para bañarse en el río es solo una pequeña parte. Las personas conviven en un corralito delimitado por un andarivel que corta el acceso a muy poca profundidad. Ayer el agua no nos llegaba mucho más arriba de las rodillas, para poder mojarme todo el cuerpo tuve casi que acostarme, haciendo fuerza con las manos contra el piso para mantener la cabeza afuera.
Todos los adultos en una especie de pileta para niños, ¿por qué no podemos estar parados con el agua en la cintura al menos? ¿es que los guardavidas no nos quieren mirar? En otros años nos dejaban ir a la playa de los bancos de arena que siempre fue la mejor, cuando baja el río se hacen islas y piletas, podés ver sombrillas a 100 metros de la costa y pasar el día como un lagarto en el medio del río, con la mitad del cuerpo afuera y el resto en el agua. Este año por la pandemia esa playa está cerrada y todo está marcado por la excepción y la falta de personal.
Mi novio ya no quiere meterse al río, dice que no va a ir a amontonarse con todos, a tirarse en el piso para poder refrescarse. Pero en realidad no sabemos si hoy también es así o tal vez alejaron un poco el andarivel. Yo quiero meterme al río todos los días, es lo que imaginé y para eso vine hasta acá, para disfrutarlo. Me preocupa que siga siendo así, pasar la única semana de vacaciones mirando con calor e impotencia la extensión fresca del río Uruguay.
Decido que voy a ir a ver, aunque sea mojarme un poco, ver qué hacen las personas.
Para llegar a esta playa desde el camping hay que recorrer un sendero por unos 10 minutos. Ayer me costó encontrar la entrada, tengo la sensación de que la cambiaron de lugar. Yo no soy buena con la ubicación espacial pero el Palmar lo conozco. Me gustaba la idea de ir de anfitriona, de lugareña, y decirle a mi novio es por acá, acá hay tal cosa, allá hay tal otra. En dos días ese personaje se cayó a pedazos, perdí la entrada, la salida, nos la pasamos caminando de más porque yo insisto con mi recuerdo; y un sector de picnic que había con mesas de madera tiene ahora todas las copas de los árboles podadas y por lo tanto nada de sombra. Ahora me la paso diciendo cómo era cada cosa antes, y me doy cuenta que empieza a cansar ese discurso nostálgico ¿a quién le interesa saber cómo era antes algo que recién está conociendo?
Todo lo que no está marcado por ese andarivel minúsculo es zona de pesca, eso me da más bronca todavía, porque entonces cualquiera podría clavarme un anzuelo en cualquier momento si yo osara romper las reglas, y por qué ellos pueden usar tanta porción del río y yo que solamente quiero nadar y no lastimo a ninguna especie autóctona no puedo hacerlo.
En la piletita delimitada hay bastante gente pero se puede mantener la distancia, mi novio exagera con lo de estar amontonados, los niños se mantienen más cerca de la orilla y en general no molestan. Hoy la situación está apenas mejor: el agua me llega arriba de la cintura. Puedo por ejemplo flexionar las piernas y mojarme hasta los hombros sin necesidad de arrodillarme del todo en el piso.
Hace meses que pienso en estar en la naturaleza, en salir de la ciudad ¿es esto la naturaleza? En otra época lo sentía cuando estaba acá, ahora cada vez que voy a un lugar agreste pienso en sus límites, qué tan cerca termina y empiezan los alambrados, las urbanizaciones y el ruido. Enfrente, del lado de Uruguay, hay un coto de caza, alrededor hay campos de soja y atrás mío la playa está llena de gente.
Me siento en el piso y me quedo quieta cerca del límite. Puedo mirar a lo lejos y concentrarme en la naturaleza, mi idea era que el río me iba a hacer bien.
Un varón de unos treinta años viene caminando por la misma línea derecho hacia mí, con el sol en contra no veo bien pero podría estar mirándome, el agua le llega hasta las rodillas. Mientras se acerca pienso en la posibilidad de que vaya a hablarme porque avanza con mucha seguridad. Cuando llega hasta mí sigue de largo y cruza el andarivel por un lateral del corralito, pasa primero un pie, después el otro y se va a nadar. Lo hace con confianza como si fuera un profesional, como si fuera su rutina ir ahí, cruzar el límite y nadar.
Al mismo tiempo otros tres, dos varones y una mujer, se meten en el agua charlando, caminan derecho hasta el andarivel, lo levantan y lo cruzan.
Entonces empiezo a pensar que a lo mejor no está prohibido cruzar, puede que sea una marcación de seguridad como para tener una referencia de que ahí empieza el peligro y que el guardavidas no va a tenernos en cuenta si estamos del otro lado de la línea, pero que tal vez no significa que esté prohibido pasarla.
Motivada por la transgresión colectiva cruzo. Ahora sí meto la cabeza en el río, nado un poco: un metro para un lado, dos metros para el otro. No me alejo mucho del límite ni lo pierdo de vista porque sé que el río es traicionero y todas esas cosas, pero disfruto estar del otro lado. Giro, miro el cielo, por fin, pienso. Nadando voy a terminar de salir de la ciudad, voy a meterme de una vez en este espacio nuevo.
Después cruzo el andarivel y vuelvo al corralito delimitado.
En ese momento aparece el guardaparque en la orilla, parado en el centro de la playa y dice en voz alta:
– ¿Pueden acercarse? Acerquensé.
Entiendo que nos está hablando a todos los que estamos en el río, como si fuera la maestra y nosotros el grado en una excursión. Empiezo a acercarme lentamente, lo suficiente para escuchar pero también para no ser tenida en cuenta del todo como parte del grupo, mientras tanto pienso ¿por qué nos va a hablar a todos? ¿qué puede estar por anunciar? Imagino que alguien se murió, o que hay que cerrar el parque porque pasó algo inesperado, o que se terminó repentinamente el horario de playa. Entonces habla y me doy cuenta que no nos habla a todos sino a los tres que cruzaron el límite:
– Si ustedes van y cruzan el andarivel voy a tener que cerrar la playa, porque no se puede nadar del otro lado de la cinta delimitada.
Habla enojado y aplica ese tono de reprimenda, lo que me da a entender que ya los había advertido otras veces. Yo por suerte ya quedé del lado de adentro y no estoy infringiendo ninguna regla. ¿Me habrá visto nadar del otro lado o recién llega? Yo justo ya estaba saliendo del agua, ya estoy volviendo a sentarme y mirar el río. Me siento más fresca, espero que mañana el río crezca un poco y el agua nos llegue un poquito más arriba.
Mientras tanto, el carpincho allá lejos tiene calor y se mete en el agua, y nadie va a retarlo por eso.