por Ivana González
Este es un método simple, cada tanto cierro la boca. Y no escucho música. Y leo las paredes y los carteles de las paradas de colectivo y los nombres de los kioscos y las panaderías y no puedo contener el éxtasis. Quiero hablar. Quiero contarle a alguien: la ciudad me está diciendo que tengo que hacer. La ciudad me dijo que vos no estabas disponible emocionalmente el día que fui a la panadería que se llamaba como tu nombre y estaba cerrada a la hora de comprar las facturas. ¿Cómo no lo vi? Un error de la matrix o un acierto o una piba sin nada mejor que hacer que interpretar letras en espacios urbanos con matices de misticismo.
Leí la pared y escribí sin parar:
Cristo ten piedad
Permíteme fichar cada mañana a las nueve am puntual, permíteme apagar mi persona lo suficiente para que pase el día y disimularlo lo suficiente para que nadie lo note. Permíteme pagar el alquiler y no gastarme el dinero en porro. Permíteme que el chico que me follé el sábado no se enamore que come bien el coño y vive cerca de casa, permíteme objetivar a un hombre como me objetivaron a mi tantas veces y sálvame de la culpa maternal de cuidar a todos. Cristo ten piedad, dame una señal de que al otro chico que bese el sábado puedo enviarle un mensaje. Concédeme un amante barrial y un artista con el que hacerme daño. Cristo, te lo ruego, ten piedad. Piensa en mis poemas y en todos los cuadernos vacíos, en todo el aburrimiento y el toque de queda y en todas las drogas que no tomé este año para ir al cielo. He rezado el teclado de atrás adelante, nueve horas al día por seis meses son muchos Ave María. Cristo, me aburro de mis propios pensamientos te ruego que me bendigas con una fiesta. Te imploro, y a toda tu potestad sagrada, que me concedas el mágico milagro. Cristo te pido y te prometo y te juro que si me dejas ser freelance de nuevo me portaré bien. Elevaré tu palabra en cada rave que vaya, de mis amantes haré una corona.