Un domingo en el gusano del amor

por Tatiana Donoso


Voy a hacer algo poético
recordar mi niñez
esa tarde yendo al Montjuic de la mano de mi padre y de mi hermano
(los primeros hombrecitos de mi vida)
¿serían siete años?
ya me faltaban algunos dientes
pero tenía dientes de leche (mmmmmm)
dientes de leche para comer chocolate con leche.

Caminábamos montaña arriba, hacia
la promesa de una tarde feliz de domingo
donde formar parte de un exilio nos ofrecía ocio gratuito
y subíamos cinco diez quince veinte veces al gusano del amor
y dábamos vueltas y vueltas y nos reíamos
¿Recibiste carta de Chile? ¿Pudiste tramitar tu visado?
y se cerraba la capota y se volvía a abrir
¿Tu cuñado sigue desaparecido? ¿saben donde comprar choclos?
y ya podíamos prever el minuto exacto el segundo exacto donde la capota se abriría
porque entendíamos el mecanismo porque formábamos ya parte de ese mecanismo
electrónico giratorio mecánico circular fluido
(querido lector, esto lo debes leer rápido acelerado notando tu cuerpo que entra en la
intensidad en la necesidad de escapar de huir. Debes leerlo como esa niña de siete
años que no quería que terminara nunca el gusano del amor para no tener que volver
a casa 16 paradas de metro cenar una comida que no le gusta acostarse temprano
para ir a un colegio donde le preguntan si no haces la comunión es porque eres testigo
de Jehová).

El gusano del amor
Y de repente todo se detenía y
mi padre nos decía: esta es la última,
nos tenemos que ir a la casa, la mamá nos está esperando!

Y mi hermano y yo nos entregábamos por última vez
a esa velocidad gratuita y feliz de domingo.
Y afuera era de noche pero adentro mío había luz y calor
esa luz que se desprende de la alegría y de la risa continuada
que aturde y tiñe todo de algo suave por un ratito (como las drogas, fíjate).

Y nos despedíamos de Juan, y de Rodrigo,
que a saber dónde se fueron. Un día fuimos y ya no estaban más
y a mi papá le tocaba pagar entrada y entonces nos dijo: mejor nos vamos.
Y no volvimos más al gusano del amor.