por Laura Seijo
Tengo vacaciones a partir de hoy, son ahora, vacaciones sin salir de la ciudad. Vivir en la ciudad es como vivir en la capa más abstracta del sentido de la vida. El deseo básico, la X, quedó muy al principio de la larguísima ecuación, y la X es siempre la X, y yo no sé perseverar en las cuentas ¿qué debo hacer? digo: ¿qué quiero hacer?
Los primeros días de vacaciones tengo muy presente el final de las vacaciones, cada momento me acerca a ese otro momento en el que miro para atrás y los días ya pasaron ¿los aprovechaste bien? ¿te transformaste?
Este es el momento más ahora del año. Ahora, ¿qué querés hacer? Mientras tanto avanza el reloj biológico de las vacaciones.
Saco tiempo de un recipiente y lo pongo en otro.
Dibujo una planta, un árbol, un carpincho. Quisiera dibujar un río, imaginate bajar en ojotas y pisar arena.
Igualmente, la imagen que tiene ahora mi deseo es un campo de trigo, algo que pueda peinar.
Tengo una planta que se llama Rosario, cae desde la maceta en hilos con pelotitas que son las hojas. Me gusta mirarla y desenredarle el pelo que estuvo cerca de llegar al piso.
Mi pelo también está largo y pesa. Hoy me lo desenredé con un cepillo y más tarde con las manos y después con un peine. Me gusta que esté ordenado, la sensación de pasar los dedos y que fluyan.
A Rosario la vi débil. Le corté todos los cabellos más largos y los dispuse uno al lado del otro en la baranda del primer piso. Le cambié bastante la tierra y volví a plantar todos los pelos cortados en la maceta. No fue fácil y a esa altura había perdido un poco la paciencia, algunos los enterraba y al rato se caían, pero quedaron casi todos. Me gustaría poder cortar mis pensamientos más largos y volverlos a meter, tener el doble y que se renueven.
Después plantarlos en un campo de trigo, recoger mis palabras dispersas por acá y por allá, ordenarlo o perderme.
No hay un futuro en el que las cosas vayan a pasar, esa es una imagen abstracta.
En mi campo de trigo mando yo, hay demasiadas palabras afuera.