Gorda manifiesta

por Guillermina Romero

Soy gorda en una sociedad donde se multa la diferencia con la ignorancia. La ignorancia se prolonga y se extiende a toda una interseccionalidad, una gama de opresiones. Como escritora gorda, propongo una invasión de futuros posibles a través de los mundos imaginarios decantados de la violencia en todas sus manifestaciones. No me interesa la condescendencia con aquellas personas que sostienen un discurso policíaco sobre las corporalidades diferentes, que sigan haciéndole la cuna al neoliberalismo con sus reproducciones e imaginarios de lo anómalo, de lo raro o de lo feo, estas
personas existen porque el capitalismo necesita que existan y son producto y cliente al mismo tiempo, su razón de ser. Propongo: dejar de estar triste por el simple hecho de tener un cuerpo.
Una sociedad donde se extermine el modelado absolutista conseguido mediante métodos, de sujeción y manipulación de las carnes, altamente exigentes e infelices. El cierre de las clínicas, los centros de encuentro, los clubes, y de cualquier espacio donde se sospeche o se encuentre un germen de extorsión corporal a seguir la norma incluso a pesar de la exposición y la humillación constantes. Propongo: dejar que nuestras crónicas de vida se transformen en testimonios de una enfermedad o en confesiones religiosas de un culto a la delgadez.


¿Cuántas cosas que exceden su tamaño normal son consideradasjustamen te “mejores” por esa excedencia? las gomas grandes, los platos cuantiosos, los libros extensos, las casas espaciosas, los proyectos ambiciosos. Pero el cuerpo debe ser pequeño. Me parece que los cuerpos chiquitos son indefensos, vulnerables. Volverse más delgado debe suponer empezar a desaparecer antes del mundo. Yo que soy gorda, tengo más tiempo para empezar a desintegrarme, tengo más grasa. Con esto no quiero decir que todas las personas flacas deberían comenzar a desaparecer. Sé que existen quienes ya tienen en su composición genética una fisonomía muy difícil de modificar, y que incluso desearían ser diferentes, entrando así en el mismo circuito de presión social y corporal que tortura a las personas gordas. Esas personas son las que acompañarán esta lucha, son las que se enamoran de las personas gordxs y nos hacen sentir felices en la diferencia.

Las personas gordas estamos habituadas a la invisibilización, por lo tanto, no nos resulta prácticamente necesario estar viéndonos en todas las publicaciones de internet, portadas de revistas de moda o entretenimiento, y/o carteles publicitarios, etc. Sabemos que todas esas intervenciones visuales afectan el comportamiento de las personas que aspiran a ser flacas. Esas son las imágenes que toman frecuentemente como referencia de sus potenciales vidas. Nosotrxs nos resignamos a intentar copiar esos modelos, por lo tanto inventamos los propios y con eso nos satisfacemos. Pero en su invención evitamos todo lo que tienen de invasivo y denigrante, todo lo obtuso e intrascendente de algunos constructos que sí nos parecen perjudiciales para la salud. No somos cuerpos que hablan por sí mismos. Nosotrxs necesitamos de nuestra voz porque es lo que más llama la atención en la buena forma del sentido. Porque nuestro cuerpo también es motivo de desplazamiento de la atención buena hacia la atención mala o potencialmente peligrosa, del estilo “cuidado con este cuerpo, puede que te toque tener uno así” -si no sos capaz de cuidarte a vos mismx mediante el autocontrol, lo que se traduce en no comer de más y aplicar determinada tecnología corporal. Nadie quiere tener un cuerpo gordo porque los cuerpos gordos no existen.


Propongo: dejar de pensar que los cuerpos gordos están mal, aceptar que existen y que son mayoría en el planeta. Además, por qué pensar que todas las personas deberían ser bellas cuando no se sabe quién o qué determina tal cosa. Cada cual podría ser bellx a su manera de ver la belleza, independientemente de lo que veamos que en la vida cotidiana se quiere instaurar como “belleza”. Con esto quiero decir de vuelta: gente flaca. Belleza y delgadez, parecen ser sinónimos. Una cultura entera avaló tal afirmación. Es un error haber creado esta cultura mundial del odio a la gente
gorda. Todas las imágenes a partir del momento justo serán de las personas tal y cual son. En gran parte, el estigma tiende a centralizar su atención bajo las fórmulas médicas que promueven una guerra contra la obesidad entre la sociedad misma, responsabilizando a las personas gordas de no adecuarse y no querer pertenecer, como si fuese una decisión la pertenencia y laidentidad, y no una construcción colectiva. El relato médico patologizante y normalizador de los cuerpos se volcó por todos lados. Propongo baldear el patio de los discursos del gordo-odio, desarticular las funciones destructoras de la medicina que transforman una forma de existir en el mundo en una patología sanitaria, social y cultural.

Aunque suene por lo menos polémica la necesidad de afirmarlo, lo digo: para acceder a la salud hay que tener un cuerpo. La consistencia del cuerpo debería ser solo un factor determinante en tanto pueda ser posible de considerarse una causa de enfermedad. Nadie se enferma de gordura. Ser gordx no implica la desazón de lo vital. No es una caída en un pozo insalvable. Con el cuerpo se inscriben en la historia las diferentes formas de la crueldad. A través de él se puede ser parte o no de la sociedad. A través de mi cuerpo puedo acceder al conocimiento y al amor. Cualquier persona que no considere que otra persona deba tener este acceso de forma irrestricta, debería proponer su autoexclusión del mundo. En particular, poseer un cuerpo que difiere por el exceso en una cultura donde la carne y la
grasa se transforman en bálsamos para explicar el asco entre seres humanos, donde la gordura es un miedo, y donde la culpa es su dueña, nos coloca en el lugar de los cuerpos que deberían nunca haber existido. Para desgracia de varixs, ser o tener un cuerpo más grande que el pretendido hegemónicamente, no significa que nuestras palabras también deban ajustarse al mismo nivel de pretensión, al contrario: son la resistencia ante la dictadura corporal. Nuestras palabras son enormes como nuestros cuerpos, son insolentes cómo la materia de la que están hechos. El día que dejen de
estigmatizar nuestra forma en el mundo, y podamos explicarles con esta voz, cuál sería un lindo lugar donde vivir, probablemente todos los factores que desencadenaron en nuestros territorios corporales aquellos síntomas de lo que mal se llamó enfermedad, desaparezcan, y con ellos, estos cuerpos, esta
lucha. Solamente seremos, seremos personas.