Sui

por Pablo Petkovsek

Había pasado un fin de semana de silencio en Bariloche.
Meditábamos en un prisma
de madera y vidrio.
Sentado en posición de loto,
en la repetición de respiraciones
y silencios,
mis ojos coincidían con el umbral de la ventana.
Al inclinar con suavidad la cabeza
evitaba distraerme del mundo exterior,
por la mañana y las tardes
las sombras de los meses pasados
se disolvían con la luz que llegaba a mi alrededor
sonreír era un lugar ideal.

El domingo por la tarde
volviendo por la ruta 40
vi un mendigo haciendo dedo
a su alrededor nada más que
altas olas de arena
se protegía detrás de la columna metálica
de un cartel de publicidad.
Recuerdo lo siguiente:
No dudé y paré el auto
Le hice señas
lo vi correr desde lo lejos
con una bolsa negra enorme
hecha de pedazos de tela
le abrí la puerta
corrí el asiento para qué pudiera poner sus cosas detrás
él estaba muy sucio y tenía mal olor
sonreía 
y yo no lo podía creer.
Tardo tres días en recorrer la distancia
que yo había hecho en treinta minutos
nunca paro nadie
había llegado a ese lugar doce horas antes que yo
desde el día anterior que no comía
entonces le di de comer y tomar
y sentí en mi cuerpo
esa falta de corporalidad
de cuando era monaguillo en mi infancia cristiana
le dio vergüenza porque
le parecía terrible ensuciar mi auto
me dijo gracias y
volvió a sonreír
Un día cualquiera tres años atrás,
en Temuco, Chile,
discutió con alguien a quien amaba y se fue
recorrió toda Latinoamérica
y varias noches durmió a la intemperie
me dijo: no le tengo miedo a dormir en ningún lugar
me da miedo estar sólo.
Detuve el auto a un costado de la ruta
bajamos y fumamos un cigarrillo
en la barranca de un lago
no dijimos nada
estabamos volviendo a casa.