Malgasto la servilleta escribiendo lo que no quería decir

por Mara Parra

Tuve un pensamiento mientras completaba el formulario y me fui directo al cuaderno de poesías. Dale. ¿Dónde estás? ¿Dónde? ¿Dónde? Di tres vueltas por la casa y me conformé con un pedazo de papel que encontré en la cocina. Agarré las servilletas de arriba de la pila. Esta mierda contamina océanos, pensé, y ni siquiera la uso para limpiarme la boca. Bueno, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Si alguien se para frente a mi servilleta ahora mismo puede deducir que esta mañana empecé a leer a Consiglio. Pero antes, tomando mate, leí un cuento que hablaba de monjas. Eso también hay que decirlo. Quizás fue un Flannery O’Connor. No sé, lo encontré en Internet. O no. Un Lucía Berlin. Ese. Lucía Berlin. Que tiene nombre de millennial pero resulta que nació antes que mi abuela. Bastante antes que mi abuela paterna, que siempre fue la más vieja de las dos.

Malgasto la servilleta escribiendo lo que no quería decir. Me pregunto si alguna vez podré escribir sobre lo que veo y no sobre lo que sé. Por ejemplo ahora el cactus que tengo en la mesa de luz está un poco más derecho. Sí. Desde la cocina puedo ver mi mesa de luz.

Abro un cajón por las dudas. Mi cuaderno de poesías no está. Por algo debe ser.  Tiene un elástico y un león en la tapa. Es verde y naranja. ¿O debería decir era? Arriba de la mesada está el formulario del envío internacional para un pedido que me hicieron. Yo hago cosas con las manos y las mando a otros países. A otros países o a este. A donde las pidan. Y para eso tengo que completar formularios. Pero todavía no entiendo la dirección donde vive de esta persona. ¿Manzana jota, Parcela i griega; Colonia Nicolich? Los papeles piden calle, altura y piso.

Me acuerdo de la única vez que visité Montevideo. Tenía lindo el pelo ahí. Pero no tenía trabajo. Es que es un barrio cerrado, me responde la uruguaya. Pienso en los barrios que quieren cerrar acá. Lo ví en la tele. Para que no se propague el virus, dijeron. Y después dieron la hora de la marcha que se organizaba en contra de eso. No dieron el lugar porque era virtual. Una marcha desde el living de tu casa.

Anoche me tocaron el timbre. El mismo chico de siempre. Buscaba fideos, arroz, latas. Todas las cosas que te dicen los nutricionistas que no hay que comer. Yo le compré los fideos sin gluten por las dudas. Otra vez te olvidaste la harina, me dijo. Bajó las escaleras y dobló en la esquina.

¡Esperá!, grité. ¿Me das tu dirección para hacerte un envío?

Me quedé un rato parada en la puerta. Esperando a que se de vuelta. Escuchando que mi pregunta no hacía eco. Pensé que las ciudades se dividen en dos. La gente que se encierra porque quiere. Y la gente a la que quieren encerrar. Seguro por eso están los que se van a vivir al campo.

En cualquier caso es difícil meter la información de la vida en un formulario. Volví a mis papeles. ¿Canelones será la localidad?