por Violeta Sticotti
Ésta historia en particular es la de un joven marinero que, siguiendo los pasos de su padre, se convierte en el joven capitán de una gran embarcación. El capitán más joven de la embarcación más grande de un tiempo desconocido.
La embarcación del joven capitán se especializaba en la pesca de criaturas exóticas de aquí y de allá, que luego vendían en remotos pueblos a lo largo y ancho del planeta tierra. Navegaban litros y litros de océano en busca del pez flauta, el delfín dorado, la ballena que llora, la anchoa diminuta y así. Mientras que, arriba del barco, ocurrían todo tipo de historias. Había un grupo de marineras encargadas de leer libros en busca de nuevas criaturas desconocidas, otros armaban cositas con las escamas de los peces, fanzines, collares, colas de sirena que usaban para divertirse; “no sé qué les pasa, tienen la imaginación de un chiquito de cinco años” decía cada tanto el capitán. Había también marineros que insistían en solo pescar algas y tomates de mar, marineras obsesionadas con los pingüinos e incluso grupos pop con bases sacadas de cantos de sirenas que se presentaban casi todas las noches en la proa del barco.
Pero nuestro joven capitán sabía manejar las inquietudes de todos con una destreza ninja. “Esto lo hago por amor”, decía mientras agitaba su linterna, y a la luz de sus palabras toda la tripulación seguía adelante, de norte a sur y de éste a oeste, guiados por la brújula íntima que guardaba el capitán vaya a saber uno dónde. El capitán, para su tranquilidad, tenía nombre. Su nombre era Rusel. “Capitán Rusel” le decían, y nadie preguntaba más. Es decir, si era su apellido su nombre su apodo o de dónde había salido. Nadie preguntaba por su historia porque solo importaba el presente de la navegación. No había nada más, ni ayer ni mañana. “somos una tripulación sin historia” decían los marineros entre risas, mientras armaban barquitos de papel que vendían a los turistas de las diferentes islas en las que paraban. En esa época ya existía el turismo, sin embargo no mucha gente sabía hacer barcos de papel.
Un día cualquiera el capitán se despertó temprano, a las seis de la mañana, y vio, justo de frente al barco, una gran luz del tamaño de una sandía que titilaba. El capitán Rusel se quedó quieto, observando la luz durante horas. Pidió a la tripulación que bajen las anclas y durante 24 horas exactamente se mantuvo de pie frente a la luz, abducido, serio, callado. Por momentos su cuerpo tambaleaba de cansancio y los marineros se turnaban para sostenerlo. Otros le llevaban tacitas de café, tacitas de té, jugo de algas. A las seis de la mañana del día siguiente la luz seguía ahí y el capitán se dio vuelta, alzo su linterna y dijo “es el Extraviado” y cayó dormido sobre las tablas mojadas del barco. Las marineras lectoras corrieron a sus libros y le contaron al resto de la tripulación, que no tenía idea de lo que estaba pasando, que, según la página 128 del Gran Catálogo de peces “El pez Extraviado es un pez marino de unos dos metros de largo por uno de ancho, azul en la espalda y plateado en el vientre, con bandas cruzadas de azul oscuro y cuerpo ovoide que se caracteriza por elegir un valiente capitán y seguirlo de por vida, acecharlo de por vida. Solo se presenta en raras, muy raras ocasiones a pocas, muy pocas embarcaciones. Desde el Gran catálogo de peces no sabemos qué busca, por qué acecha ni cómo detenerlo.”
El capitán durmió 17 horas y cuando se despertó fue al timón sin decir palabra. Le hicieron preguntas, le convidaron café, lo besaron y le cantaron canciones pero el se mantuvo en silencio manejando, manejando y murmurando rezos en portugués, mientras la luz del Extraviado titilaba, navegando a la par de su capitán. Si frenaban, el extraviado frenaba. Si paraban en una isla por días, incluso meses, el Extraviado se quedaba persistente cerca de la orilla, justo después de la primer rompiente. Las marineras lectoras sugerían que lo mejor era que el capitán abandone la navegación y se vaya a algún lugar sin costa, en el centro de cualquier país, donde el Extraviado no pudiese perseguirlo más. Pero con eso Rusel era muy firme y cuando las lectoras proponían ésta idea el movía su cabeza de un lado a otro y con un gesto de desaprobación repetía: “esto lo hago por amor! lo hago por amor!”
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Poco más se sabe, sobre el destino de ésta alegre embarcación. Pero se cree que algunos marineros llevaban diarios, y que cuando al capitán se le apareció el Extraviado, expresaban su angustia en el papel: “Querido diario: hoy Rusel, nuestro amado capitán, sigue raro… no sabe dar ordenes… no habla, no pregunta, se deja llevar por intuiciones confusas o directamente deja que nosotros guiemos la embarcación… querido diario, te mantengo al tanto”
Y el mismísimo Rusel, también, llevaba un cuaderno. De aquí se pudo sacar información precisa sobre las rutas que tomaba la navegación, información racional, mapas y cálculos matemáticos hasta que apareció el Extraviado. A partir de ese día, las notas de su cuaderno se transformaron: “soy un peregrino… soy un fumador… no tengo donde ir” o “se agitan en el océano… alfombras egipcias… se agitan en el océano, suaves voces montadas sobre alfombras egipcias” o “la diferencia de potencial entre un pajarito cantor y…. Vos y yo! Vos y yo!…. al menos el tiene su canto” y así.
Nunca se supo qué venía a buscar el Extraviado, o a quién o por qué, si acaso era él quién susurraba esos versos al capitán, o si necesitaba alguna cosa. Y tampoco nadie nunca se le acercó a preguntar.