«Haced rizoma y no raíz, ¡no plantéis jamás! ”

por Violeta Sticotti

Cuando tengo mi VPN activado las cosas que googleo se disparan al infinito, la información salta sobre mis ojos en otros idiomas, noticias de otros continentes. Si, no es tanto como eso, pero sí. Hice un barquito con el papel del havanette, prendí el vpn, un poquito de eso que me quedaba y chau, nos fuimos. Haré haré rama haré hare kri. Por ejemplo si googleo “noticias sobre Marte” lo primero que aparece es un comunicado ruso, sí sí, ya sabes cómo es, los maratonistas espaciales, la guerra fría; aparece en ruso literal y ni me molesto en intentar entenderlo. Una mosca vuela sobre mi cabeza, alrededor de la computadora, bzzz bzzzzzz mientras intento escribir algo. Pienso en dejarla y que el problema, porque la interrupción es un problema, se disuelva solo. Pero no es así como funcionan éstas cosas. Hay problemas que sí se disuelven solos…. Che y qué onda con eso que me contaste la otra vez? ah, ni idea, se resolvió. Ese es mi desenlace ideal, ah, ni idea, se resolvió. Pero la mosca sigue acá, todavía, persistiendo en su interrupción, así que me paro y abro la ventana. No hago nada más. Me paro, abro la ventana, y la mosca vuela hacia el espacio exterior. ¿Así se resuelven los problemas?
Ahora, sin más interrupciones puedo intentar escribir algo. Abro el reproductor de música, a ver si una musiquita ayuda, Do something for yourself, suena. Es una canción funk, siento que las canciones funk tienen la costumbre de dar órdenes, bajar línea, despiértate! Haz algo por ti mismo! Liberate de tus cadenas! Sirve, me incomoda.
En ese momento, el silencio reinó sobre el texto, en forma de incertidumbre.


Es difícil escribir sin un plan. Mariano decía que siempre había que tener un plan a la hora de abordar la escritura. No lo llamaba plan, ni mapa, lo llamaba ¿cómo era la palabra? Lo llamaba organigrama. Para rescatar la palabra tuve que escribirle a Julia, con ella fuimos a la casa de Mariano todos los viernes a la tarde desde los quince hasta los dieciocho o diecinueve. Escribirle a Julia para rescatar la palabra es hacer algo por mí misma, y el texto no tendría la misma onda si yo hubiese eegido mentir y decir que la palabra que usaba Mariano era plan. O mapa. O diagrama.
La palabra era organigrama, y antes de escribir nuestra novela tendríamos que tener uno. La novela siempre era la novela familiar, nuestro texto, el que nos compone, del cual nos tenemos que liberar escribiendo nuestra primer novela. No importa si usa nombres propios, si se publica y ofendemos a nuestro papá. De eso se trata la escritura, hagan algo por ustedes mismas, juéguensela por sus textos. No quiero que dicho así se den la dea equivocada, el énfasis que hacía Mariano, que tiene tatuado a Maradona en la pierna, era el énfasis en la pasión. En sentir e involucrarse, no escribir de lejos sino
escribir con todo, con entusiasmo de hincha de fútbol en la tribuna de su equipo. El organigrama que fuéramos a hacer tendría la cualidad de ser horizontal, rizomático.Ninguna cosa estaría por encima de la otra. La novela no tendría un tronco vertical que rige todo el texto a partir del cual salen, ramificadas, diferentes ideas sino que todo estaría en el mismo y no lineal orden de importancia, como las papas bajo tierra. Eso, algo de eso, es lo que entendí de la introducción a Mil mesetas que Mariano nos sugirió leer el primer día y durante el resto de nuestra relación con la escritura, el mapa de nuestro mapa.
Un viernes Mariano me prestó uno de sus ejemplares de Rizoma, tenía miles, como para que lo lea, o lo fotocopie, y nunca se lo devolví. Tenía miles, me digo. Varios ejemplares, fotocopiados, caros, distintas traducciones, algunos en francés. Y a cambio yo podría tener el libro cerca mío… ya saben cómo funciona… pero haré el trabajo de intentar describir esa sensación ¡lo haré por mí!. 
Tal vez: nunca lo leí entero ni lo almacené en la biblioteca. De ese modo siempre quedó circulando sobre el escritorio, en mochilas, en valijas, con la onda de algún día lo voy a agarrar, con la onda del pendiente. El pendiente de devolverlo y la fuerza del deber por cumplir me llevó a pasar tiempo cerca del libro, cerca de su formato compacto y las anotaciones frenéticas en absolutamente todos los márgenes y espacios en blanco, hechas por Mariano o su mujer, las palabras de la contratapa que, como las canciones funk también me dan órdenes “Haced rizoma y no raíz, ¡no plantéis jamás! ¡No seáis uno ni múltiple, sed multiplicidades!”. El sentimiento que intento describir es el de la influencia
de los libros que no leímos pero circulan alrededor nuestro, la influencia del lomo, la tipografía, la textura. No hablo sobre Mil mesetas, porque no lo leí, sino sobre la influencia de ese objeto y su circulación en mi vida hasta aquí.
Mariano bajaba, nos abría la puerta, subíamos un piso por escalera y nos recibía su perro de tamaño desproporcional al nuestro, si se paraba en dos patas medía casi lo mismo que yo. Un perro atrevido que encontró de cachorro al costado de una ruta volviendo o yendo a no sé dónde. En su momento el perro tenía para mi un carácter central en el taller porque yo estaba atravesando un flash fuerte con los perros que no se terminó pero sí se apaciguó. Escribía sobre perros, pequeñas crónicas de los perros que había conocido en mi vida, historias de perros inventados, colecciones de fragmentos de libros donde aparecían perros y así. Nos sentábamos alrededor de la mesa y Mariano traía tacitas de café negro con galletitas dulces que ponía en un bowl en el centro, chocolinas, pepas, pepitos. Esa merienda funcionaba de ejemplo perfecto para la sensación de tener quince años, entre las galletitas dulces y el café negro. Nadie fumaba ni tomaba alcohol durante esas horas, ni siquiera cuando cumplimos dieciocho, ni siquiera las veces puntuales en las que hicimos el encuentro en una plaza. Un día apareció en el taller un chico de nuestra edad que solo leía a otros hombres norteamericanos tipo Cheever, Carver, Bukowski. Fascinado con los compactos color flúor de Anagrama, a la salida del taller me dijo; “me encanta, solo me gustaría que pudiésemos fumar adentro”. Ese comentario nos hizo sentir que no entendía la onda del taller y, por suerte, a los pocos encuentros lo dejó diciendo que le parecía “muy snob”. Digo por suerte porque en ese momento el taller era mi club, mi sentimiento.Mariano tuvo otro gesto en clave ritual de iniciación cuando cumplimos dieciocho, en vez
de brindar con cerveza nos regaló su última novelita que había publicado en 2008 y hasta el momento no quería que leyésemos por lo atrevida. La novela me fascinó por completo y se la leí entera en voz alta a mi mamá . Muchas frases me quedaron literalmente grabadas en la memoria y las uso, las robo, las reescribo. Es una novela atrevida porque habla mucho de drogas, una bolsa, dos bolsas, la pichi, la xp y así. Cuando la termine de leer escribí un texto del que no recuerdo nada más que la primer frase; “Hace dos semanas y por motivos plomazo dejé de tomar spirulina” que es un alga que se compra en dietéticas y a mis dieciocho años comparaba inocentemente con la merca. La merca del océano. A el le pareció tierno y genial.
Mariano se vestía elegante para dar el taller. A veces incluso se ponía un sombrero, con el que jugaba mientras nos daba clase hasta el cansancio. Hablando y hablando más, recordando, trayendo historias personales, transpirando, levantando el tono, parándose de su silla para ir a buscar un libro y otro y otro y diciendo, de esto se trata escribir. Cuando escriban tienen que estar rodeadas de libros, de referencias, de cosas colgadas en la pared. Un tiempo después de leer su novela, cuando habíamos terminado el secundario y empezamos a estar en otra hicimos, por primera vez, el taller en un bar y el se pidió una cerveza. En ese encuentro nos dijo que sentía que ya no tenía nada más para enseñarnos, que ya está, que estábamos egresadas. Y, no habría sido la primera vez, pero nos pusimos a llorar los tres al mismo tiempo, sin tener mucho para decir, en una vereda ruidosa sobre avenida Rivadavia.  Todo eso queda y llega, decía Mariano sobre el trabajo de nuestro taller, sobre el acto de
leer. Todo eso queda y llega y vuelve a la escritura en algún momento, de manera inesperada, de manera no lineal, de manera misteriosa. Paciencia paciencia, todo está por venir, ustedes lean y lean, construyan su fondo, aunque sea sin un mapa, que eso queda y vuelve queda y vuelve.