Hijo mío

Por Nina Suárez

Hijo mío:

Estoy mirando las montañas desde la ventana de mi cuarto, me esclarecen y pienso en vos. En que ojalá podamos ver juntos este paisaje alguna vez. Yo sé que pensás que mis cartas son pesadas, y siendo esta la quinta consecutiva que te escribo compruebo y declaro que haré uso del correo como vos hacés del »What’s Up?’.

Recién encontré un vino acá en la cabaña que me alquilé, »Catena Zapata Malbec Cosecha 2010», ¿podés creer?, este vino debe estar como seis lucas ¡jajaja!. Me fui tomando unas copitas y me puse a pensar. Hace ya unos meses que me fui de capital y estar tan lejos de los demás, de las interacciones, del ir y venir entre dos tres o cuatro…es complejo. Es un experimento de auto-observación interesante, aunque demasiado contemplativo. En lo que máspienso es en la desenvoltura de las relaciones, que es lo que puedo observar con más perspectiva, y sinceramente no es algo que disfrute mucho. Hay algo indecoroso en hablar sobre el comportamiento de los demás y sus impactos sin
tupé. Las relaciones son de infinita variación y la perspectiva es innegable, reflexionar al respecto en tono neutral puede caer en la generalización. Pero bueno, ya voy media hoja escrita y hasta gasté un cartucho más en la lapicera para poder seguir escribiéndote, así que continúo.

Siempre hablé sobre la solidez de una relación con respecto a cuántas veces el otro dice lo que queremos escuchar y viceversa. Cuantas más sean, más comprendidos, cómodos y despreocupados nos vamos a sentir. Y realmente se podría decir que las relaciones se fundamentan por eso, o que por lo menos te rodeas de las personas, definís qué tanto tiempo querés pasar a su lado, dependiendo de cuántas veces durante los momentos compartidos dicen lo que más nos gustaría que dijeran. Excluyendo opiniones críticas de calibre inofensivo.

Pero ahora no sé. Creo que eso es más un sometimiento mutuo: de parte de quien sólo quiere escuchar lo que anhela, y de quien sabe qué decirle al otro para anestesiarlo. Eso no es libertad total para el destinatario. Si exigís oír lo deseado y el otro te lo otorga, estás a su merced también porque tu demanda fue acatada. Fin del asunto. No hay profundidad, ni exageración, ni descargo, ni perspectiva. ¿¿¿Entendés???.

No quise ponerme ‘medieval’ con los términos…creo que es culpa de este vino de 10 años y la vista montañosa.

Si a la hora de relacionarnos con los demás fuéramos capaces de percibir lo que les gusta oír y lo que no, aceptarlo pero nunca dejar de hablar desde el corazón, mantendríamos la franqueza y le daríamos al receptor la opción de decidir qué quiere hacer con aquel enunciado en su estado más puro.

AAAAAAAAH! Qué sé yo! Quizás esta reflexión ya la encontraste en algún otro lado, pero me divierte que sea una carta ¡y la situación de dependencia en la que te pone la obligación de leerla! Yo pienso en estas cosas pero sólo puedo desenredar recuerdos…tu opinión y práctica de mis ideas es clave. Por eso te tuve, sos mi conejillo, ¡¡mi extensión de vida!! muajajajajaja.

Bueno perdón…¿viste que dije que no me gustaba hablar de las relaciones interpersonales? e igual dije lo que quise…es todo una mentira, lo del vino también. Mirá si me voy a encontrar tremendo vino, yo sólo quería tirarte un anzuelo para que sigas leyéndome.

Ojalá nunca dejes de hacerlo, hijo de mi alma.