Por Flor Cugat
Hay una sensibilidad que nos divide de los demás. Me gustaría ser parte de la gente y estar contenta con eso, pero nunca pude. No viajé a playas exóticas cuando el dólar oscilaba entre los 9 y los 12 pesos. Tampoco pude soñar con una vida en ascenso. Jamás tuve un trabajo estable. Un contrato fastuoso en el estado por desempeñarme en algo. Mis días siguen aparentemente igual, solo que no salgo a la calle y consumo una cantidad de vino inconmensurable. hablo igual o más con mis amigos. La información circulante es excesiva. Hice una inversión de dos cajas de vino de excelente calidad, a precio medio. En Instagram un chico cuya obra es un espanto publicó “a los políticos les llegó la hora de bajar su sueldo”. Yo conteste borracha y de manera agresiva “ojalá la gente se de cuenta que lo que haces es una verga y tengas que salir a comprarte un remisse”. Con todo mi respeto a los remisseros buenos. Hay una frustración precisa con lo que quiero o deseo y lo que me sale. Me cuesta mucho la constancia y mantener mi espíritu. Mi espíritu es lo más difícil de mantener. A veces me canso moviéndome y me siento mejor. Limpiar la casa me acomoda. “Mover el cuerpo es tan importante como mover la mente” decía Federico Moura. Una amiga me tira un tip de que el vinagre blanco deja las sábanas y las toallas brillantes, y también renueva las griferías. Esta casa nueva es tan hermosa, me pone contenta pero no me hallo del todo. Los apliques de luz parecen de hotel, deben ser carísimos. Dan una luz blanca muy impersonal. El departamento tiene un ventanal continuo. Al atardecer hasta los edificios más horribles de este pueblo hacen lo suyo. Qué lejos quedaron, miro mi ventanal y pienso en las escenografías del programa Susana Giménez, con esos edificios de Manhattan iluminados, esa simulación, ese culto a la fantasía, todos estábamos como en una nave. Extraño el siglo XX, tomar la merienda mientras miraba friends y el mundo era igual afuera y adentro de mi casa, igual en Argentina que en Estados Unidos. La gente era delirante pero se vestía toda igual. Miro hacia afuera, la arquitectura de esta ciudad es pésima. Hago un juego con mi novio ¿para vos cuál es el más horrible?. ¿Viste ese de allá, recubierto por pequeños ladrillos y balcones de madera?. Está inspirado en los edificios de la costa atlántica. “Los peores son los que están pintados de color arena y tienen las barandas de los balcones doradas, es la estética de los entrados dosmil” me dice él. El mundo tendría que haberse terminado antes.