Fotos

por Laura Seijo

Camino por pasarelas y pasarelas de metal en las Cataratas del Iguazú, suenan nuestros pasos en el suelo enrejado y abajo se puede ver el río todavía calmo y los peces, todavía calmos.

Llego a la Garganta del Diablo, el punto más alto del recorrido, pero no hay fuego por ningún lado, hay agua. En el borde de la baranda siento cómo el agua en gotitas microscópicas me moja la cara y me impresiona el ruido que no para nunca, que no se apaga, que no lo pueden cortar como con un switch cuando cierra el parque, que suena desde siempre sin parar.

Abro  los ojos y miro el agua, que baja y que baja y que baja, una cantidad enorme de agua, metros de agua, queeee bajan, queeee bajan, deben caer peces también. ¿Se mueren los peces cuando los agarra la catarata o siguen en vertical como si no pasara nada? como si el fondo se les acelerara un poco y nada más.

Me tocan el hombro y me doy vuelta, ahí veo que hay varias personas en la pasarela. Una señora oriental, chiquita, con ropa de materiales plásticos holgados en tonos pasteles (pantalón rosa, camperita celeste) me toca el brazo de nuevo. “Foto, foto”, me dice, con una cámara en la mano, “Sí, sí”, digo yo un poco todavía en mis pensamientos, y atino a agarrar la cámara pero ella la aleja y señala a otra mujer oriental, un poco más joven, a un metro de distancia entre el tumulto. Ella reacciona y se acerca, la señora le pasa la cámara y se acerca hacia mí, me mira de nuevo, “Foto”, me dice, “us” me dice, “¿Nosotras?” digo yo, y me llevo la mano al pecho así. Pasa el brazo por encima de mis hombros, me agacho un poco para acercarme a su altura, y los rulos amplios de su pelo oscuro me tocan la mejilla derecha y rebotan, y siento un perfume a jazmín. Voy a estar en las fotos de sus vacaciones, pienso.

Sonrío, ella sonríe también. Foto.

Empiezo a desarmar la pose pero me retiene, tiene buen tono, tiene fuerza. Nos miramos, “one more”, dice y se me acerca un poco más hasta que su mejilla está a centímetros de la mía. Sonreímos y sale otra foto. La mujer joven baja la cámara, nosotras nos miramos, todavía cerca. Yo me siento de repente muy entusiasmada, “gracias” le digo y sin pensarlo le tomo la cara con las manos y le beso la mejilla.

Mis labios aterrizan lentamente como hundiéndose en un colchón gigante hecho del  material con el que hacen las almohadas inteligentes, y cuando me alejo lo veo volver a su lugar, lo que me impulsa a besarla nuevamente y después a probar si sería igual del otro lado. La beso dos veces para mantener la simetría y que algo de esto tenga sentido, pero cuando me estoy alejando y volviendo a la línea de nuestras miradas veo que se acerca a mi cara, nos besamos en los labios.

Ella todavía tiene el brazo sobre mis hombros y siento cómo hace cierta fuerza para acercarme, así que el beso se detiene unos centímetros pero rápidamente vuelve a empezar. Sus labios tienen más espesor de lo que esperaba, su mano pasa por mi cintura y entonces hundo mis dedos en su pelo esponjoso y suave. Abro un poco la boca y ella también lo hace, y le pruebo el labio de abajo y después el de arriba. Me gustaría poder abarcarla completamente, así que la abrazo y nos acercamos un poco más chocando nuestras verticalidades como si quisiéramos ir en direcciones contrarias y nos hiciéramos resistencia, lo que nos fija todavía más en este lugar preciso.

Entonces vuelvo a escuchar el ruido de la cascada y me acuerdo de que el piso es de rejas metálicas y que si mirara para abajo podría ver el agua pasando tormentosa por abajo de mis piernas, chocando y yéndose sin parar.

Después siento el perfume de jazmín, lo que me lleva de nuevo a ella que dejó de acercarme con el brazo y ahora usa esa mano para acariciarme la cara, nos vamos separando y no tengo miedo de que sea incómodo lo que viene.

Tiene la misma sonrisa de entusiasmo con la que me pidió la foto, después baja apenas la cabeza en un gesto de agradecimiento. En un solo paso, se acerca a la baranda y con una fuerza que nunca le vi a alguien de su edad, se apoya sobre sus manos y desliza su cuerpo por arriba, haciendo un clavado estilísticamente perfecto hasta desaparecer, rosa y celeste borrándose entre la bruma de la garganta del diablo.

Después de un breve momento de parálisis me doy vuelta, todo sigue como si nada. Los turistas amontonándose en la baranda para sacarse fotos, las nenas haciéndose lugar entre las piernas de los adultos para tratar de ver algo, los fotógrafos profesionales vestidos de exploradores subidos a unas sillas para sacar las fotos, para ganar visibilidad en el tumulto, para vender sus servicios.

Busqué con la mirada a la mujer de la cámara pero no estaba. Supongo entonces que no hay nada que explicar, pensé. Y giré otra vez hacia la cascada, tratando de distinguir algún color rosa o celeste entre el blanco, el verde, el marrón; el color de las piedras, el color de los musgos, el color claro de las mejillas perfectas con la textura de las almohadas inteligentes.